" Era una noche cerrada. La lluvia castigaba fieramente las rocosas paredes del castillo mientras la luna, burlona, se mantenía ojiplática al espectáculo tenebroso y melancólico que tenia lugar esa noche. Todos estaban ya en un mundo etéreo; todos menos uno. La leve iluminación del astro apenas lograba atravesar la densura de la oscuridad. Y mientras, feroces chuzos de punta golpeaban una vieja ventana de arco de madera, cristal y piedra.
En su interior, una leve e irregular claridad adornaban las paredes de la medieval habitación por unos cuantos candelabros en las esquinas, y una débil vela en una pequeña mesa. El silencio se escuchaba. Se palpaba. Y en un rincón oscurecido, se hallaba una silla de enorme respaldo y sin brazos dispuesta a lastimar la espalda de su inclinado huesped, pero a su vez le daba un cobijo que necesitaba.
Allí se tendía, hora tras hora, con las piernas estiradas y una capa que portaba cayendosele por los lados de la silla. Aquel hombre era joven, pero curtido por obligación vital. Poseía un pelo largo y su boca medio abierta dejaban ver una mandíbula cerrada con fuerza. Allí se tendía, tembloroso, señor del castillo, joven atormentado por la reciente noticia de la súbita muerte de su amada. Pero cualquiera diría que llevaba ahí toda la vida. Para él ya nada tenía sentido. Se limitaba a mantenerse lejos de la luz, lamentándose con una mano en la cara tapandosela. Los pelos se deslizaban entre sus dedos, ocultando a los lados la luz en su rostro. Un rostro enrojezido y humedecido por las miles de lágrimas que hoy, como cualquier día más, había derramado ya.
Poco esperaba avanzar la noche: la lluvia cada vez mas intensa, la enorme luna escondida a través de un marco de madera. Sin embargo, aquel silencio, que solo se rompía por la caida de las lágrimas de su rostro sobre la capa, se vería perturbado pronto por unos pasos cercanos en la habitación. Casi sin darse cuenta, un hombre mayor se mantenía impasivo ante el joven. Aquel hombre parecía de otro mundo: una larga túnica azul oscuro adornada con estrellas amarillas de punta, y un gorro picuro pero caido a juego. Sus mangas se anchaban enormemente a la altura de las muñecas tanto que casi rozaban el suelo. Tenía también una larguísima barba blanca y unas gafas pequeñas y redondas, que clavaban su mirada sin compasión sobre el joven. El joven no se percató de su sigilosa aparición hasta que éste habló:
- "Menudo noche, eh."
El joven, casi sin inmutarse, separó la mano de su cara y lo miró fríamente. Se dejaron ver unos ojos entrecerrados, con el ceño fruncido y una mirada que emanaba rencor puro atravesando a su víctima.
- "¿Quién eres tú, y qué haces aquí? - Dijo con desagrado. Tranquilamente el anciano contesto:
- "Una gran pérdida la de tu amada, sin duda. No me quiero ni imaginar cuanto desearías volver a verla ahora mismo."
Eso dolió. Dolió mucho. El brazo libre que colgaba por un lado de la silla con la mano relajada, cerró su puño al instante. Sus dientes chocaron entre si fuertemente y en su mente vagaban horribles pensamientos hacia el anciano. Y justo cuando iba a contratacarle, el anciano dijo:
-"Yo puedo hacerlo realidad."
El tiempo se detuvo. Su boca se abrió para articular palabra, pero no encontró las adecuadas. Su cuerpo se petrificó y sus ojos parecían completamente abiertos bajo su pelo. -"¿Quieres...?" - Volvió a decir. La respiración del joven se tornó acelerada, y la idea de su amada en pie no se quería alejar de sus retinas. Ya había aceptado la horrible verdad, para soportar un eterno llando que nada detendría. O eso creía él. Era simplemente... una oportunidad. Pero cuando miró con determinación a aquella extraña persona, ésta estaba ya de espaldas de camino a la puerta. Antes de cruzarla, se detuvo para mirar al joven perplejo y decir:
-"Pues eso nunca ocurrirá. Acéptalo. Y, de ahora en adelante, te pasarás toda tu vida preguntándote a ti mismo como habría sido tu vida si aquella mentira de antaño hubiese sido verdad."
Entonces se desvaneción, y allí se quedó solo de nuevo el joven, paralizado por la conmoción. Y en aquella noche de luna llena, a las afueras del castillo se pudo escuchar tal desgarrador grito de desesperanza, que ni el estruendo de la lluvia pudo silenciar. "
Dibujante: Desconocido
Ramón.
1 comentario:
muy interesante relato, pero destaca sobre todo la calidad literaria, impresionante (corrige lo de haceptar! xD)
Bonita forma de contextualizar un dibujo ^^
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