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23 de mayo de 2010

Tira y afloja

Escucho voces. Voces que no son de este mundo, ni de ninguno que yo pudiese conocer. Levanto la cabeza de la mesa en la que la tenía apoyada y las sigo. No sé si las voces huyen de mí o yo huyo del resto del mundo al perseguirlas, pero sigo adelante. Sin darme cuenta estoy bien adentrado en una espesa niebla, y a mi alrededor se amontonan árboles, hojas y arbustos a los que aparto para llegar a donde me dictan las voces. Un diminuto y difuminado punto corriendo sin rumbo fijo en medio de un abismo de materia casi inerte, me gusta, al fin y al cabo es lo que llevo haciendo toda la vida.

Finalmente llego a un claro del bosque, desde el que se observa claramente el sol, y una cascada se deja oir jugando a chocar contra las rocas que a su vez juegan a permanecer inmoviles y a resistir lo que puedan. Como no, en el centro del claro hay una mujer, que, como no, está algo difuminada, y, como no, viste de blanco y su piel es pálida y clara. Me acerco con cautela, aunque acostumbrado a mis encierros interiores sé de buena tinta que no me hará ningún daño, ni me dirá nada que yo no sepa. Tira y afloja. Hoy soy libre y mañana estoy entre la espada y la pared. No sé si saber, ni si tú sabes. Sé bien lo que quiero en la vida, el problema es que cuando tú te interpones me haces dudar si podría querer algo más. No sé a ciencia cierta quién eres, ni si eres una o dos personas, no te conozco mucho más que por la idea que mandé a construir sobre tí, y tu voz que retumba en mi cabeza transformándose a mi antojo. Esta vez no tengo ganas de escucharte, así que me doy media vuelta, al menos el paseo me sirvió para despejarme. Hasta otra.
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