
Mi madre era la típica mujer de la que te enamoras sin dificultad ni pretensiones. Tengo una imagen de ella en la cabeza, pero me cuesta describirla con lógica, veo una chica joven que da saltos, brilla con intensidad y saca la lengua. Un buen día se despidió de su madre (de cuya historia prescindiré) pidiendo permiso para fugarse con un joven de, pongamos, Tebas. Ella era así, le gustaba pedir permisos que no necesitaba ni luego tendría en cuenta. No se lo dieron, y se fugó sin más demora. Anduvieron por los campos y desiertos una temporada, hasta que ella se encaprichó de Fabricio, un hijo de artesano con dinero y sin vergüenza y se fue con él a Alejandría para que les mantuviese el bueno del artesano. Una noche se dio cuenta de que se sentía atada, y ella quería brillar, saltar, y sacar la lengua, así que volvió a escapar. En una taberna bebió, conoció a alguien, volvió a beber, e hicieron el amor. Fue en la playa, sobre una roca, llovía, ella lloraba de felicidad (por dentro brillaba), él estaba quizás más pendiente de demostrarle su masculinidad que de disfrutar. Cuando ella despertó él no estaba, se percató unas semanas después de que aquel hombre le había probado su masculinidad de la forma más esencial e indiscutible. Estaba embarazada. Ya no saltaba. Es por esto que la llamo madre, y ahora podemos decir que su madre la llamó María.

Yo permanecí heroicamente días allí, solo podría ver algo de luz que se infiltraba en el montón de madera que me sepultaba, y eso, madera que crepitaba ante la humedad y me protegía de las temperaturas y las alimañas. Esa imagen me fascinó y se gravó en mí para siempre, así que pronto decidí que lo que me gustaba en la vida era la madera. Rescatado y adoptado por el guardabosques desarrollé rápido mis dotes de investigación y estudié maniáticamente la madera (como el maníatico que se obsesiona con, pongamos, la piel de cerdo), cuando concluí que ya conocía todos sus componentes microscópicos y sus propiedades me dispuse a trabajar con ella. Primero fui carpintero, me cansé de darle forma y fui un simple vendedor para hogueras y fogatas, me cansé de comerciar con ella (la traicionaba en cierta forma, igual que siendo carpintero o juguetero, o constructor) y tras muchos años acabé aquí, de guardián. La madera mató a mi madre y salvó mi vida, es una idea que me perturba en las noches, aun así la única forma de no utilizar la madera de una manera ofensiva y traicionera era protegerla, salvagurdarla y moderar su utilización. Soy uno de los guardianes de la gran puerta de Alejandría.
Y he contado todo esto en lugar de concluir simplemente diciendo ''Mi nombre es Eduardo, soy un guardián de la gran puerta de Alejandría''. Esto a parte de tener menos mérito me privaría de hablar de lo que principalmente quería hablar. ¿Nunca te has preguntado por qué sientes más pena ante la muerte de personas de las que conocías algo que de completos desconocidos? En la vida he aprendido a descartar el altruismo y la bondad como algo espontáneo, es más algo reprimido que aflora sin motivo y al azar. Todas las cosas tienen una historia, la linealidad del tiempo humano así lo exige, estas historia se transmite e interpreta de distintas formas y acabamos teniendo una imagen mental de su esencia. Nosotros mismos tenemos una historia, y la dichosa imaginación nos hace pensar en cómo sería la forma perfecta en la que se desenvolvería. Ponemos en nuestra historia toda nuestra esperanza, porque es lo más preciado que tenemos. Que una historia que conocemos quede destruída sin vuelta atrás nos hace plantearnos inconscientemente que nuestra propia historia también podría, por puro azar, verse truncada algún día. Ese azar que decide nuestro día a día y que sin embargo apenas tenemos en cuenta a la hora de planear nuestra historia. Es todo egoísmo, sufrimos cuando se pierden historias porque la nuestra se perderá algún día. La poca piedad por los animales se puede explicar mediante lo poco cristalinas que vemos sus historias, por el contrario si un animal vive su historia junto a la nuestra y somos testigos, sí llegamos a sentir esa pena por su final posiblemente incorrecto.

2 comentarios:
Me quitas las ganas de escribir, sucio literato perfeccionista e inspirado.
Tus relatos, tus opiniones, tus historias...es como abrir un libro magnífico que nunca tiene fin y que no te cansas de leer.
Deja de tocarte las pelotas, deja de leer filosofía y empieza ya a escribir tus propias novelas, sé que eres muy humilde pero más gente debería conocer tu forma de escribir. Un abrazo amigo
Yo = que Emilio José. Ya sabes que me encantas.
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