Imagínate que estas ante una obra. Una gran obra. Ya puede ser tu mejor película, ese libro que tanto te define, la canción que te hace volar...
Piensa en aquella obra que, por el simple hecho de existir tal y como es, hace que te estremezcas. Que tiembles al pensar en ella. Que diga tanto en tan poco, e imposible de traducir en palabras.
¿Cómo le darías a tal obra un final?
He ido recolectando cantidades increíbles de finales, de todos los tipos. Insípidos, inspirados, reflexivos, de as en la manga, sorprendentes, felices (si, ¿por qué no?), absurdamente tristes, indiferentes...
Pero no puedo evitar sentir repulsión por un tipo de final: aquel que es un final feliz para todos los personajes que lo envuelven, menos para ti. Cuando dice tanto esos últimos momentos, que no pueden evitar arrancarles una sonrisa a sus protagonistas, hacerles sentir que ese final merecerá la pena. Que no hay que tener miedo de lo que venga nunca más. Que puedes descansar en paz. ¿En paz? No, no puedo. No puedo aceptarlo. No puedo admitir que eso sea un final feliz para ti, si no lo es para mí.
Quizás tenga miedo de que pueda ser realidad. Que exista tanta crudeza, o más. Un fin humano que supere todas las barreras. Ilegal. Inhumano de nuevo. Incomprensible.
No, mentira, hay quien si lo comprende. El que está suficientemente loco. La historia es cíclica al fin y al cabo…
Pero lo importante de un final, es que extermina algo. Si ese algo no es nada, damos las gracias. Si ese algo es demasiado, podemos llorar, podemos aplaudir, podemos quedarnos boquiabiertos. Pero es inevitable que sea una muerte más. Y cuando algo incomprensible muere, nos deja peor aún. Nos deja sin respuestas, con incertidumbre. Nos deja la infinita crueldad de darnos vía libre a nuestros pensamientos. Que alcancemos, si podemos, la horrible verdad por nosotros mismos.
Así que, estúpidos protagonistas, no sonriáis al final. Porque yo os voy a odiar mucho más de lo que lo hacía hace un minuto.
Incluso no me conmuevas, si hace falta. Déjame frío, por favor.
Ramón.
1 comentario:
El problema del final es que puede eclipsar el camino que se hace. Caminamos hacia él con la esperanza de que nunca llegue, y si llega... si llega... para gustos colores
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