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21 de julio de 2010

Un día en mi Alejandría (II)


No sé cómo ni por qué, pero de repente vuelvo a gozar de conciencia, quiero alargar un poco más estos instantes que preceden a lo que ahí fuera denominan la auténtica vida. Un abrir de ojos me separa de la realidad, que ya se mueve, a juzgar por el canto de los pájaros. Hoy puede ser un gran día. Me preparo. Una, dos, y tres. La primera imagen mezcla todas las dimensiones y colores que me rodean, fundiéndose en una especie de amarillo muy oscuro, que se va diferenciando poco a poco para conformar una pequeña habitación con escritorio, ventana, puerta, y poco más. Casi a ciegas aún busco a tientas unos calzones para que no puedan las vecinas cotillear sobre la íntegra vista de mi ''lozano'' cuerpo y echo a andar. En el escritorio, al lado de un montón de pergaminos y alguna que otra pluma, hay una bolsa de monedas casi vacía ya. Debo darme prisa en escribir algo ya, tendrá que ser algo de poesía, porque de argumentos ando escaso.

La ventana está abierta de par en par, hace un buen día y la gente anda animada por las ajetreadas callejuelas. Hablan, conducen a sus animales, negocian, corren... Yo solo necesito un poco de motivación para empezar con lo mío. Amaso cuidadosamente con los dedos un poco de aire, esto no tiene mucha consistencia, así que estiro el brazo y llamo a una nube, de la que arranco un pedazo para envolver el aire. Falta fuego, de lo que se ocupa el sol, que enciende mi nueva obra, a la que no tardo en darle un par de caladas. Soy consciente de que mi percepción de la realidad ha quedado algo afectada con tanto tiempo de encierro con la escritura, pero lo llevo como puedo.

Inconscientemente mi mirada se desvía hacia un balcón muy especial y, de nuevo la suerte no se pronuncia, ella está ahí. La verdad es que no sabría decirte si su color de pelo está más cerca del rojo o del negro, si sus ojos son claros u oscuros, o si esas curvas son fruto de un pacto con el mismo diablo. Lo que sí sé decir es que en tantísimos años que llevo de vida no he logrado encontrar algo que se acerque tanto a la perfección, y a su vez sea más sencillo, tan sencillo como dañino puede llegar a ser. Ríos de tinta han caído sobre mis pergaminos inspirados por la figura que se halla tendiendo las prendas de su hogar en estos momentos. No puedo con ella, si no me la logro quitar de la cabeza no conseguiré escribir nada que no la trate, y no podría moralmente vender nada relacionado con ella, así que necesito olvidar, voy a coger la botella de mi escritorio. Precisamente el último pergamino, el más visible de los que están sobre él, es un poema sobre ella, aunque una mancha (no sabría decir si es sangre seca o tinta) tapa la mayoría. El trozo más legible reza así:


‘’Y la misma brisa que ondula tus cabellos

es la que me arrancan sin piedad

apretando mis carnes, apagando mi eco,

clavando las uñas en infértil tierra.’’


Como era de esperar, la botella está vacía, tendré que salir a buscar algo que me ayude a evadirme. Me perfilo la barba con la navaja y me visto. Por la calle me cruzo con Blanca, la frutera, me atrevería a decir que uno sólo de sus pechos compite en tamaño con su cabeza, es algo ruda, tosca y a veces poco delicada, pero (con perdón) no sé qué tiene que sólo su aroma me la pone tiesa. Creo que es esa ternura y cariño que emana (ahora mismo me sonríe mientras nos cruzamos). Más de una noche y de veinte ha ahogado mi soledad con su calor. Sospecho que tiene un hijo, una vez creí verlo cuando me desperté en su alcoba, pero tampoco le pregunté sobre ello, su vida me importa bastante poco, la verdad.

Una vez en la taberna, el ambiente es el de siempre, deprimentemente familiar, el lugar más austero donde uno puede sentirse cómodo. Me siento, a mi lado hay un borracho medio dormido. El barman me saluda, él no lo sabe, pero es mi mejor amigo, y la verdad tampoco ha necesitado mucho para serlo.

-Ponme algo fuerte, compañero.

-Hecho, ¿cómo van esos trabajos para el rey?

-En eso estamos, creo que estoy algo estancado, necesito viajar o cambiar un poco de vida.

-Menos mal que para parecer interesado en historias de borrachos y servir algunas jarras no es necesaria inspiración. Por cierto, ¿a que no sabes quién ha vuelto hace poco a la ciudad para hacerle una visita precisamente a su majestad?


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