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14 de septiembre de 2010

De mudas y ventoleras

Últimamente he aprendido que cuanto más abres los ojos más pierdes el rumbo. Hoy es una de esas tardes en que el viento cálido te envuelve mientras se cuela alguna ráfaga de aire frío, no hay sol, está oculto tras las nubes, y todo el mundo sonríe por dentro, la luna se deja ver, pero la luz aún se estampa en toda su plenidad contra los tejados. Me siento el guardián de una puerta más del paraíso. Y todo esto lo pienso aún a riesgo de saber que en cualquier momento retornarán más fuertes que nunca las ideas masoquistas que me persiguen, torturan y minan mi moral. Pero ahora mismo confío en mi, y en la vida.

Me prometí, sin saberlo, que mi piel no rozaría ninguna otra que no fuese la tuya. Pero todo tiene un límite, y se ha ido agrietando con el tiempo. He decidido cambiarla (de nuevo), algo que suele dar lugar en mi vida a nuevas etapas, no siempre mejores. El problema es que aunque mude la piel, mis ojos seguirán ahí. Esos ojos cansados que miran primero al suelo y luego al cielo. Que sonríen antes de ver algo divertido, para no decepcionarse cuando ese algo no sea lo suficientemente divertido. Que me mecen en la noche centelleando e impidiendome el sueño, y sumergiendome en divagaciones, que es al fin y al cabo lo que soy. Y mudando y mudando de piel, yendo de casa en casa, y resguardándose del sol, y saliendo a plena lluvia, auqel extraño reptil fue avanzando poco a poco.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Poco a poco.

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