Pues ahí estaba yo, que quería escribir algo y regalártelo para celebrar tus ocho mil cuatrocientos días de vida, así que me puse a pensar durante toda una tarde en palabras que diesen la talla en una ocasión como esta. Sin embargo, la tarde se alargó para toparse con una noche que dejaría paso al día, que cuando se quedó sin ideas le dio el relevo a otra tarde que pasaba por allí. Así durante una eternidad en la que no acababa de ver claro lo que podía contarte. El cerebro me recordaba cosas como tu belleza, inteligencia, voluntad y saber estar. Todas tan obvias que las has escuchado durante toda tu vida, y ya sabes que yo prefiero estarme callado antes que decir lo que cualquiera diría. Me di cuenta de que le estaba preguntando al órgano inadecuado, y que el corazón me podría contar muchísimo más sobre ti. Mis latidos y yo tuvimos una interesante conversación que te resumiré en las siguientes líneas, así que allá vamos.
He crecido en un mundo de personas acostumbradas a dar lo justo, a no tender su mano a otros por si se la cortan, a huir de la implicación, el riesgo o el sentimiento. A refugiarse en el alcohol, compañías fáciles y ocio prefabricado. A vivir en superficies e ignorar profundidades, evitando los silencios y los pensamientos. Al sálvese quien pueda, y que quien pueda sea uno mismo. Uno mismo, ese mismo al que rara vez se escucha de verdad. He crecido en un mundo racional. Pero también he aprendido que lo racional es un pequeño clavo que está enterrado de mala manera en el suelo, al que no te servirá de nada agarrarte cuando venga a arrastrarte el huracán de la irracionalidad. Y eso lo sé porque he visto como la gente se pasa horas haciendo listas con cualidades que debe tener la persona que quieren tener a su lado en una relación, pero a la hora de la verdad acaban pillándose hasta los huesos de una media sonrisa, una forma de dudar, o del tiempo que tarda esa chica en arreglarse. Además, me he dado cuenta de que nadie se pone de acuerdo en lo que es el amor: los poetas lo describen en pasado, los despechados lo igualan al odio, y para alguien enamorado el amor es sencillamente todo. Lo que quiero decirte con esto es que no creo en la razón, yo creo en la química, en los pálpitos y en lo que el cuerpo me cuenta. Y cuando está contigo mi cuerpo solo quiere bailar al ritmo de tu música. Y no solo creo que tengas música a tu alrededor, sino que creo que eres música. Incluso cuando estás callada. No pongas caras raras, que te lo voy a explicar ahora.
Imagínate por un momento un río fluyendo en el mismísimo centro de un gran bosque. Está rodeado por árboles frutales y si te fijas puedes encontrar nenúfares, mariposas, ciervos, libélulas, tortugas, e incluso cisnes, conviviendo en los alrededores del mismo río, en el mismísimo centro del gran bosque. Te preguntaría en qué estación del año te has imaginado la escena, si la has imaginado cubierta de hielo, con la alegría primaveral de un veintisiete de marzo, o con las hojas de septiembre independizándose de los árboles, pero sinceramente me da igual. Cualquiera de las estaciones me sirve para hablar de ti.
Empecemos con la primavera. Te contaré un secreto: ahora mismo está tumbada a la sombra de tus pestañas. Y es que no sabría decir a ciencia cierta de qué color son tus ojos, pero estoy segurísimo de que son la misma primavera. Nada que yo conozca puede resistirse a florecer cuando lo enfocas con la mirada. Cerca de la primavera está el verano, y justo debajo de tus ojos están tus mejillas, que se llenan de fuego y me derriten, quiera o no, cuando te sonrojas. Ya sabrás que ese lado tuyo inocente y tierno es superior a mis fuerzas, y me gana cualquier batalla antes siquiera de empezarla. Supongo que te has dado cuenta, pero a veces te quedas en tu mundo, pensativa, y se te queda ese aire ausente y nostálgico que tan bien te queda, y que a mí me recuerda una barbaridad al otoño. Y bueno la nieve del invierno es tu piel, aunque te empeñes en decir que estás casi tan morena como yo, no cuela. Otra cosa que tiene la primavera es que se hace esperar. La gente la aguarda en sus casas resguardándose del frío, y cuando por fin viene todos salen a la calle a ser felices, sin importar lo largo y frío que haya sido el invierno. En eso te imita a ti, que sueles hacerte esperar, pero cuando llegas te llevas todo el frío, y cada uno de mis males.
Y no solo eres las cuatro estaciones, también eres los cinco sentidos: la viva imagen de la luz, el olor de los días de lluvia, el tacto de mil escalofríos, el sabor a victoria, y la música. Y si eres música, pues te lo tengo que decir, porque no necesito palabras rebuscadas y correctas para definirte cuando, al final, lo que siento cuando estoy contigo es lo mismo que siento cuando escucho música. Yo, que soy un melómano. A mí, que escucho música para sentirme bien, cuando escucho tu música el tiempo se me descontrola, se desborda y se me escapa sin que pueda retenerlo, dejándome siempre con ganas de más. Más de un magnetismo que ni todos los imanes del mundo podrían aspirar a igualar. Del tintineo de tus caderas cuando andas. Y de esas piernas tan largas que te alejan de lo mundano, lo corriente y lo injusto, de lo terrenal. Pero que estás lejos de todo eso lo sabe cualquiera que esté leyendo esto y te conozca lo más mínimo. Qué le voy a contar.
Y qué te voy a contar a ti, si tus besos son veneno y antídoto, azúcar y sal. Si no sé si protegerte o admirarte, porque eres a la vez niña insegura y mujer firme. Si sacas el lado bueno del mundo cuando te ilusionas. Si tienes carrera, Máster, especialidad y Doctorado en ser mi musa y aún no lo sabes. Si tu cuerpo es un camino para mis dedos, que se pierden por tu melena buscando un sitio donde quedarse. Si me gusta de ti hasta la cicatriz que tienes sobre el ala derecha de la nariz. Si no hay mayor mentiroso que el que dice que no cree en la magia después de haberte visto bailar y reír al mismo tiempo. Si acabo de llegar y ya quiero quedarme. Si por fin, después de tanto tiempo, te he encontrado.
Te he encontrado y he encontrado la calma, como si siempre hubiese estado buscándote y te necesitase para estar en paz. Si me preguntas lo que estoy escribiendo no te lo sabría decir muy bien, porque es pensar en ti y las palabras me salen solas, pero sí sé que estoy intentando decir que estoy jodidamente bien contigo. Que llevo ya un tiempo soñándote, y no solo cuando duermo. Que cuando estás conmigo el mundo es una borrachera de las buenas, y cuando te vas la vida es una gran resaca. Que más que mono de ti, tengo una jungla entera. Estampidas de animales que hacen que el pecho me retumbe cuando alguien menciona tu nombre, como si tuviera dentro un ejército de enormes forzudos tocando el bombo con todas sus fuerzas. Que contigo no me asusta el dolor, ni tengo miedo de mis fantasmas. Que cuando me quedo callado mirándote es porque no encuentro palabras que hagan justicia a la suerte de tenerte. Que haces mis días grandes.
Llámame idealista si quieres, pero estoy convencido de que si todos tuviesen a su lado a alguien como tú, jamás habría guerras. Nadie necesitaría drogas, y el mundo merecería un poco más la pena. Pero que le den al mundo. Lo que importa es que te he encontrado, que ahora somos lo que somos, y eso es inmenso.
He crecido en un mundo de personas acostumbradas a dar lo justo, a no tender su mano a otros por si se la cortan, a huir de la implicación, el riesgo o el sentimiento. A refugiarse en el alcohol, compañías fáciles y ocio prefabricado. A vivir en superficies e ignorar profundidades, evitando los silencios y los pensamientos. Al sálvese quien pueda, y que quien pueda sea uno mismo. Uno mismo, ese mismo al que rara vez se escucha de verdad. He crecido en un mundo racional. Pero también he aprendido que lo racional es un pequeño clavo que está enterrado de mala manera en el suelo, al que no te servirá de nada agarrarte cuando venga a arrastrarte el huracán de la irracionalidad. Y eso lo sé porque he visto como la gente se pasa horas haciendo listas con cualidades que debe tener la persona que quieren tener a su lado en una relación, pero a la hora de la verdad acaban pillándose hasta los huesos de una media sonrisa, una forma de dudar, o del tiempo que tarda esa chica en arreglarse. Además, me he dado cuenta de que nadie se pone de acuerdo en lo que es el amor: los poetas lo describen en pasado, los despechados lo igualan al odio, y para alguien enamorado el amor es sencillamente todo. Lo que quiero decirte con esto es que no creo en la razón, yo creo en la química, en los pálpitos y en lo que el cuerpo me cuenta. Y cuando está contigo mi cuerpo solo quiere bailar al ritmo de tu música. Y no solo creo que tengas música a tu alrededor, sino que creo que eres música. Incluso cuando estás callada. No pongas caras raras, que te lo voy a explicar ahora.
Imagínate por un momento un río fluyendo en el mismísimo centro de un gran bosque. Está rodeado por árboles frutales y si te fijas puedes encontrar nenúfares, mariposas, ciervos, libélulas, tortugas, e incluso cisnes, conviviendo en los alrededores del mismo río, en el mismísimo centro del gran bosque. Te preguntaría en qué estación del año te has imaginado la escena, si la has imaginado cubierta de hielo, con la alegría primaveral de un veintisiete de marzo, o con las hojas de septiembre independizándose de los árboles, pero sinceramente me da igual. Cualquiera de las estaciones me sirve para hablar de ti.
Empecemos con la primavera. Te contaré un secreto: ahora mismo está tumbada a la sombra de tus pestañas. Y es que no sabría decir a ciencia cierta de qué color son tus ojos, pero estoy segurísimo de que son la misma primavera. Nada que yo conozca puede resistirse a florecer cuando lo enfocas con la mirada. Cerca de la primavera está el verano, y justo debajo de tus ojos están tus mejillas, que se llenan de fuego y me derriten, quiera o no, cuando te sonrojas. Ya sabrás que ese lado tuyo inocente y tierno es superior a mis fuerzas, y me gana cualquier batalla antes siquiera de empezarla. Supongo que te has dado cuenta, pero a veces te quedas en tu mundo, pensativa, y se te queda ese aire ausente y nostálgico que tan bien te queda, y que a mí me recuerda una barbaridad al otoño. Y bueno la nieve del invierno es tu piel, aunque te empeñes en decir que estás casi tan morena como yo, no cuela. Otra cosa que tiene la primavera es que se hace esperar. La gente la aguarda en sus casas resguardándose del frío, y cuando por fin viene todos salen a la calle a ser felices, sin importar lo largo y frío que haya sido el invierno. En eso te imita a ti, que sueles hacerte esperar, pero cuando llegas te llevas todo el frío, y cada uno de mis males.
Y no solo eres las cuatro estaciones, también eres los cinco sentidos: la viva imagen de la luz, el olor de los días de lluvia, el tacto de mil escalofríos, el sabor a victoria, y la música. Y si eres música, pues te lo tengo que decir, porque no necesito palabras rebuscadas y correctas para definirte cuando, al final, lo que siento cuando estoy contigo es lo mismo que siento cuando escucho música. Yo, que soy un melómano. A mí, que escucho música para sentirme bien, cuando escucho tu música el tiempo se me descontrola, se desborda y se me escapa sin que pueda retenerlo, dejándome siempre con ganas de más. Más de un magnetismo que ni todos los imanes del mundo podrían aspirar a igualar. Del tintineo de tus caderas cuando andas. Y de esas piernas tan largas que te alejan de lo mundano, lo corriente y lo injusto, de lo terrenal. Pero que estás lejos de todo eso lo sabe cualquiera que esté leyendo esto y te conozca lo más mínimo. Qué le voy a contar.
Y qué te voy a contar a ti, si tus besos son veneno y antídoto, azúcar y sal. Si no sé si protegerte o admirarte, porque eres a la vez niña insegura y mujer firme. Si sacas el lado bueno del mundo cuando te ilusionas. Si tienes carrera, Máster, especialidad y Doctorado en ser mi musa y aún no lo sabes. Si tu cuerpo es un camino para mis dedos, que se pierden por tu melena buscando un sitio donde quedarse. Si me gusta de ti hasta la cicatriz que tienes sobre el ala derecha de la nariz. Si no hay mayor mentiroso que el que dice que no cree en la magia después de haberte visto bailar y reír al mismo tiempo. Si acabo de llegar y ya quiero quedarme. Si por fin, después de tanto tiempo, te he encontrado.
Te he encontrado y he encontrado la calma, como si siempre hubiese estado buscándote y te necesitase para estar en paz. Si me preguntas lo que estoy escribiendo no te lo sabría decir muy bien, porque es pensar en ti y las palabras me salen solas, pero sí sé que estoy intentando decir que estoy jodidamente bien contigo. Que llevo ya un tiempo soñándote, y no solo cuando duermo. Que cuando estás conmigo el mundo es una borrachera de las buenas, y cuando te vas la vida es una gran resaca. Que más que mono de ti, tengo una jungla entera. Estampidas de animales que hacen que el pecho me retumbe cuando alguien menciona tu nombre, como si tuviera dentro un ejército de enormes forzudos tocando el bombo con todas sus fuerzas. Que contigo no me asusta el dolor, ni tengo miedo de mis fantasmas. Que cuando me quedo callado mirándote es porque no encuentro palabras que hagan justicia a la suerte de tenerte. Que haces mis días grandes.
Llámame idealista si quieres, pero estoy convencido de que si todos tuviesen a su lado a alguien como tú, jamás habría guerras. Nadie necesitaría drogas, y el mundo merecería un poco más la pena. Pero que le den al mundo. Lo que importa es que te he encontrado, que ahora somos lo que somos, y eso es inmenso.
1 comentario:
No tengo duda que la suerte me sonríe, porque puso en mi camino al mejor hombre que yo alguna vez hubiera podido soñar, por más que pienso la respuesta al mejor regalo, que sin duda tendré hoy, mi cerebro y mi boca no responden, estoy muda y en mi cabeza solo retumba una palabra GRACIAS GRACIAS GRACIAS.
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