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30 de septiembre de 2009

48- Y comieron perdices



M
iedo. El miedo es aquello que nos hace elegir con más prudencia para prolongar nuestro tiempo de vida, es como un dosificador que regula cuidadosamente toda una existencia. Mirando por la ventana puedo reconocer el rostro de Carmen, la hija de Estela, que hoy se ha pintado por primera vez los labios para la cita con el chico que la espera bajo su balcón. Una anciana con un sombrero cubierto de terciopelo pasea a su nieto con una apacible tranquilidad. El poeta que se sienta cada día en el banco más cercano a la fuente parece por fin inspirado y apunta con pasión sus pensamientos, para que no salgan volando. Este es el día de todos ellos, ¿qué podría arruinárselo?. El miedo es lo que me falta en estos momentos. En mi mano sostengo un antiguo portarretratos, con una foto no tan antigua en su interior, al mirarla no puede existir en mi una sensación que no se acerque a la felicidad. Cualquiera que me conozca de una copa sabe perfectamente que solo me queda ya un miedo: dejar de amarte, querida, dejar de sentir tu amor y no tenerte más en mi interior ni que yo esté en ti. Coloco el portarretratos boca abajo y me dirijo al centro de la habitación, a mi alrededor está mi hogar, mi cálido hogar. Tantos recuerdos, tantas historias, cada rincón oculta un secreto y cada secreto oculta una pasión. Curiosamente, sobre la mesa hay una antiquísima vela encendida, la cojo con cuidado (no quisiera quemar algo por accidente) y me dirijo lentamente a la ventana, coloco la vela bajo la cortina y me dispongo a pulsar un botón que está junto a la puerta. Es hora de salir de aquí, con una visión más global de la casa se puede observar que las cortinas de tela están en contacto con unos cuantos materiales extremadamente inflamables, y estos materiales a su vez tocan a otros materiales inflamables. Qué curiosa disposición. Cierro con cariño la puerta para que no entre nadie indeseado, y emprendo mi camino.

Meto las manos en los bolsillos, mientras camino puedo observar como Carmen chilla desde su balcón asustada. No te sulfures, pienso. La anciana grita pidiendo ayuda y el poeta se dedica a observar perplejo como la gente corre nerviosa a su alrededor, mientras le siguen llegando ideas que apunta emocionado. En la parte posterior de mis hombros se refleja una luz roja que, por lo visto, se alza a mis espaldas. Yo ya no puedo mirar atrás. Es otoño, 30 de septiembre, para ser más concretos, personalmente me encanta como el viento arrastra en su silbido a las hojas secas que se emancipan de los árboles. Hoy soy otoño. Saco de mi bolsillo derecho un montón enorme de papeles arrugados, son unos 274, creo, y tienen en una de sus caras un enorme número, y en otra un texto de tamaño variable. Como si repartiese por el mundo mi legado, voy arrojando por las calles estos papeles, en un orden aleatorio: 15, 14, 8, 16, 5, 18, 17, 12, 14, 16, 27, 7, 21, 17, 18, 24, 19, 32, 40... Así se fueron mezclando los papeles arrugados con las hojas rojizas, y juntos bailoteaban con gracia al son del viento. Me pregunto dónde acabarán, y si alguna vez alguien los leerá. En el plano personal, me siento de repente mucho más ligero y capaz, como si no hubiese vivido hasta este momento. Supongo que esto realmente significa que estoy comenzando una nueva vida. Sigo caminando, no puedo pararme, ahora no.

Después de un agradable paseo he llegado. Este es el sitio más gris que he visto jamás, sé que entre aquellos papeles arrugados se encontraba un nefasto recuerdo de este lugar, pero afortunadamente ya no están conmigo. Me sitúo frente a la tumba correspondiente y resoplo con todas mis fuerzas. Ha llegado el momento. Hola, vengo a despedirme, hoy partiré muy lejos, más lejos de lo que siempre soñé llegar. Llevo muchos días pensando cómo decirte todo esto sin derramar una lágrima, y seré lo más distante posible. Creo que no es algo que te sorprenderá, siempre me viste así, siempre elegí que me vieran así. A lo largo de mi vida he estado continuamente eligiendo el camino que debía tomar, no porque fuese el momento ni porque me viese preparado, sino porque todos lo hacían, y siempre tuve miedo a decepcionarte, hasta que ya no lo pude tener más. En ocasiones, reuní suficiente valor como para darle un giro drástico a mi vida. Es increíble lo que puede cambiar el abrir una puerta, o el decir una palabra. Fui testigo presencial de tu vida, ya que yo era uno de sus pilares. Me dediqué muchas noches estrelladas a reflexionar sobre los errores que alguna vez cometiste. Siempre quisiste mi felicidad, y yo no he querido a nadie más de lo que te he querido a ti, aunque esto no te dijese. Estudié, senté la cabeza muy pronto, e intenté alejarme de aquellas mujeres que pudiesen arruinar mi libertad (como hicieron con la tuya). En el resto, intenté seguir tus pasos, tu talento, tu alegría, tu fuerza, tu corazón. No tengo nada de eso, no pude ser ni tu sombra. Intenté compensar todo eso formulando un método para gozar al máximo de cada segundo. Con el tiempo ese método se agotó, y todo se volvió igual. Ahora estoy solo en el mundo. No por ser un tópico es menos cierto que el amor es lo único que puede completar nuestro ser. Yo la amo a ella, siempre la amé a ella, desde la noche de los 48 dolores, las 27 lunas y las 274 estrellas, y antes de esa noche también me vi atraído por sus destellos. La amo, y quiero que experimente junto a mí todo un mundo de sensaciones nuevas. Lo he dejado todo, he olvidado quién era. A partir de hoy todo lo que vea lo veré por primera vez, y la emoción será un punto inevitable de mi vida, seré un niño de nuevo y disfrutaré. Disfrutaré como un loco. Por eso me voy lejos, muy lejos. Te prometo que volveré aquí, contigo, algún día. Ahora debo irme.

Lentamente me vuelvo hacia el camino que debo tomar, si sigo por allí llegaré a mi destino en poco tiempo. Queda poco. Pero algo sucede, mis ojos se abren de par en par. Fui un iluso al no calcular que esto pasaría, y ahí está. Sentado en medio del camino está el gato negro, que clava sus ojos azules en mis pupilas. La incredulidad se apodera de mí. Algo va mal, una fuerza inmensa me oprime el pecho, me siento de nuevo pesado y me cuesta respirar. Por desgracia, sé lo que me está pasando, tengo aproximadamente un minuto para intentar encontrar mi último recuerdo. Cierro los ojos y miles de imágenes se clavan en mí, pero entre todas ellas hay una, al fondo, no la había visto antes, no estaba entre las 274. Inmerso en mi propia mente, voy flotando hasta esa imagen, y la toco.

Tengo los ojos cerrados, muy cerrados, tan cerrados que llevan así toda mi vida. Tengo que hacer un esfuerzo, en otras ocasiones no pude ver más que manchas, pero me niego a asumir que el mundo realmente sea así. Concentro toda mi energía, y los consigo abrir. No sé dónde estoy, pero sé lo que hay aquí. Lágrimas en mi cara, y mi madre sosteniéndome con dulzura en sus brazos. Me está cantando una canción muy suave para que me tranquilice, todo a mi alrededor es entre rosa y blanco. El sueño me vence, voy a volver a cerrar los ojos, adiós mamá, te echo de menos.

Abro los ojos, el dolor es ya incontrolable, no puedo fijarme en nada de lo que hay fuera de mí, ya no solo me duele el pecho, se ha extendido ya a hombros, cuello y mandíbula. Me desplomo contra el suelo, ya apenas puedo mantenerme de rodillas, me llevo la mano al corazón. Estoy sufriendo un infarto. Todo a mi alrededor se ha desvanecido casi. Con que es así como se va a acabar. Es así como dejo de amarte, es así como el miedo abandonará mi cuerpo. Tú nunca me entenderías, no tienes cuerpo. Me lo has dado todo: el sufrimiento, el goce, la indiferencia. He llegado a odiarte con todo mi ser, y a amarte y venerarte como a una diosa. Ahora nuestros caminos se van a separar, y jamás volveré a odiar, ni a amar, porque tu eres lo único que merece ser odiado y amado. Gracias, es todo lo que te sé decir, ojala pudiese estar contigo por siempre, quiero más de ti, siempre quise más. Quizás tú también quisiste más de mí. Te amo, vida. Jamás seré yo si ti, ni tú serás tú sin mí. Cuando te pierda ya no podré amar, ni odiar, ni elegir mis caminos. Pero tú seguirás aquí, ¿verdad? Seguirás aquí con Carmen, el poeta, la anciana y su nieto. Les darás ilusiones y escarmientos y les enseñarás mil lecciones que al final se resumirán en una. Decides irte, pero te advierto que no conocerás a muchas personas que te amen como yo te he amado. En fin, vida, es hora de despedirse en esta tarde de otoño, recuérdame, si es que puedes. Yo te querré siempre.

De repente me encuentro mejor. Veo lo que ocurre a mi alrededor con cierta claridad. Ha empezado a llover por aquí, la lluvia se mezcla con el sudor frío que recorre mi frente, y a lo lejos puedo contemplar como un chico saca la lengua para sentir como el dulce sabor de la lluvia recorre sus labios mientras mira hacia arriba, se le ve feliz. Tiene gracia. Como esperaba, vuelve a dolerme el pecho y siento mareos. Esta vez no habrá nada que lo pare. Todo se hace cada vez más confuso. Abro los brazos hacia el sol, como si fuese a atraparlo entre ellos, y me desvanezco. No sueño, no odio, no amo, no siento indiferencia. Ya no existo.



. . .



La luz dedujo que el gato no rondaba aquél lugar por ese motivo, sino por algo más interesante. Si se observa la situación con atención, uno puede darse cuenta de ciertos paralelismos. El gato que en estos momentos se encuentra junto a la luz vive en la noche, el tiempo en el que las marionetas hacen su función, y en el que los niños sueñan. La vida en realidad no es fácil de entender. Nace un ser perfecto y puro, que ante la desesperación y el paso de los años comienza a tener prisa por llegar a alguna parte (no sabe dónde), y olvida todo lo que fue, para acabar siendo nada. La marioneta que se desprende de su cuerpo armónico para ser libre y se encuentra con que lo único que puede hacer es observar a un ser humano, uno cualquiera, por lo que parece. Pero tú y yo somos parte de él, no existimos en otro sitio que en su interior. Esperas a algo, ¿no? Estarás ahí sentado el tiempo que sea hasta que llegue la hora de que comience tu función. No le dejarás huir ahora que eres parte de su vida, nunca podrá olvidarte, estarás ahí cuando cometa un error, y más tarde volverás a estar para recordárselo. Eres el miedo. Jamás será libre del todo mientras tú estés. Mientras tanto, el niño está sentado en el suelo, aún a los pies del sofá. Aparentemente no ha encontrado respuestas, así que cruza los brazos, cierra con fuerza los labios, y entrecierra los ojos. Será interesante ver cómo llega a su destino, le queda toda una vida. Espero poder decir al final que él y los que le rodearon fueron felices...


2 comentarios:

Ale dijo...

...Y comieron perdices.
La vida son momentos. Gracias a todos los que habéis compartido mis momentos, y por tanto una parte importante de mi vida mientras jugaba a viajar en el tiempo. Hasta que nuestros caminos se crucen. Un abrazo.

Ramón dijo...

El miedo gira todo. Infecta la conciencia de las personas, y las controla.Llegado un tiempo, pasa a formar parte de la propia persona, y si por algun casual pierde ese miedo repentinamente, ni se reconocería a si mismo.

Me parece un final apoteosico. Genial. Me encanta. Lo adoro. Felicidades.

Ah, y no seas la sombra de nadie. Y como no, un gato. Bueno, el gato. Aunque era inevitable que me pierdiese en el camino. Quien iba a pensar que la mujer era la propia vida.

Y finalmente, te digo que espero que tus 48 años no sean así. El fuego esta bien, pero la idea de que purificaba cosas no hizo mucho bien en tiempos pasados. Imagina que Carmen se piensa que sigues dentro, porque no te vió marchar, y se adentra... Ala, liada. Espero que no acabes así, sinceramente. Tus recuerdos esparcidos me recordó mucho a Leolo. Espero no verte igual de frío... :S

Pero todo esta por llegar. Solo contempla, y haz girar. Yo tambien espero que lo puedas decir.

Saludos, mi anciano pero jovial amigo ^^

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