Arrasa el tiempo. Cruel y paradójico arrastra a su paso todos los momentos que tanto nos ha costado encontrar. Nos da la opción de recordar unos cuantos con suerte, y sigue su camino. Nos obliga a seguir el nuestro, o a abandonarlo si no estamos conformes con lo que nos ha impuesto. Hay días en que el viento sopla y todo se vuelve más suave, más gris, más lento. Abrimos nuestro viejo baúl y revisamos todo lo que hemos reunido en estos largos años. Bailes, fobias, inquietudes, papeles, opiniones, tierra, esperas, amigos, lecciones. Otros días no somos nosotros los que decidimos sacar los recuerdos, sino que nos damos de bruces contra ellos. Con un mínimo gesto, olor, o imagen se despiertan y escarban con sus ya desfasadas uñas para salir de la cárcel de alquitrán y cadáveres en los que los vamos encerrando. Llegas a plantearte cómo es posible que casi hayas olvidado lo que algún día era para ti lo más importante, y te preguntas si lo que tienes ahora es más valioso.
Ser valiente es asumir que todos los momentos desaparecen conforme los quemamos, que cada momento es único, y no importa desperdiciarlo con tal de hacerlo nuestro. Yo no sé si soy feliz o infeliz, pero sí estoy prácticamente seguro de que mi sistema de vida y de pensamiento es el que yo quiero, y cada día soy más yo.
Si hoy tuviese que escribirme una carta a mí yo de hace 12 años, empezaría dándome la mala noticia de que finalmente el tiempo pasa para mí también, pero le tranquilizaría saber que no he renunciado a lo que en el fondo era pese a los intentos que han llegado a hacer para ello, y que el día que me mantengo firme compensa a los tres en los que titubeo. Siempre me han agobiado los conflictos, y he interiorizado lo que me hacía daño, para que me comiese por dentro y no por fuera. Hace poco me di cuenta de que sigo haciéndolo y de lo mucho que me queda por madurar para disfrutar realmente de lo que tengo. Cada vez escondo menos lo que pienso en metáforas y grandilocuencia. Todos nos queremos abrir al mundo y eliminar las dobleces que tanto nos complican la vida, pero Roma no se hizo en un día, ni en dos.
Todo lo que son algunos y lo poco que enseñan. Envidian el valor de otros para mostrar tanto cuando no tienen nada. Y al final son los momentos los que nos recuerdan lo que somos. Un guiño inocente cuando desconfiábamos de la bondad, un ‘’te necesito’’ cuando nos sentíamos desligados de todo, una musa cuando habíamos olvidado la belleza y sus labios cuando no recordábamos el deseo, un momento de sosiego en un día frenético. Nuestra capacidad de olvidar, y de aprender de lo olvidado, de seguir creyendo cuando todo está perdido y de sonreír cuando encontramos la luz que buscábamos a tientas. La vida son momentos.
4 comentarios:
¿Si la vida son momentos..., acaso la felicidad no lo es también?
¿Acaso la felicidad no es el subterfúgio de sentirte cómodo contigo mismo y con lo que te rodea? ¿Fallas tú? ¿Falla lo que te rodea? ¿No falla nada o lo falla todo?
O quizás un cúmulo de un todo y una nada que se intercambia rutinariamente. La vida son momentos, la felicidad es lo que llena esos momentos
Quizás en tu concepción de felicidad, yo no lo tengo tan claro
Hay otros sentimientos que te hacen abrir los ojos y sentir que estás vivo
si yo tuviera que escribirme una carta hace 12 años no sé qué me diría,jajaja... pero que el tiempo también pasa para mí sería el mejor de los comienzos.
Me gusta como escribes. Un saludo.
Ya echaba de menos textos de los tuyos!
"Todo pasa y todo queda
pero lo nuestro es pasar...
Pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar..."
Es inevitable, tanto para lo bueno... como para lo malo.
Publicar un comentario