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29 de agosto de 2012

Él es él y sus circunstancias.


Buenas noches. Estaba yo tirado en la cama, pensando en ideas. En cómo se desarrollan, en cómo nacen o incluso si mueren. Y en ese mismo momento, di a luz una. 


Mucho menos relevante que el manual de un mando de televisión o los ingredientes de tu champú.  Tampoco creo que pueda llamarla mía, pero me gusta juguetear con ellas. Primero creérmelas, luego exponerlas, cuestionarlas, rebatirlas, recuestionarlas, aceptarlas de nuevo… Acabando como un amasijo de mierda y chicle azul y rosa del que no se entiende nada, el cual me trago como si de alimento regurgitado por mi golondrina madre se tratase y, por fin, llamarla mía. Y con más miedo a que me llame por teléfono Ramoncín que la prota de The ring.

La relación de un amigo es extraña. Sobre todo si la intentas separar de un “mejor amigo”.  Es un terreno fangoso e incierto. Avanzo con miedo de tropezar u ofender.  La falta de experiencia me hace torpe e inseguro. Se supone que es un estatus superior a amigo: su siguiente nivel. ¿Pero cuándo llegas a esa línea? Creo que… no lo sé.

Conoces a alguien. Qué digo alguien, cientos de alguienes. Y es increíblemente fácil no encajar con alguno. Una persona es infinitamente compleja, llena de matices, formas, ideas y colores. Siendo así, es demasiado fácil que una te contraríe lo suficiente como para que ya seáis incompatibles. La amistad no será posible. Puede que en vez de una clave sean 200 toques de atención. Pero admitamos que es fácil. Si lo que buscas es un colega o un compañero, obviamos su lado antagónico y trabajamos la cara que nos cae bien. Si se deja ver, será un estupendo compañero (o lo serás tú). Si se muestra reacio y una ráfaga de personalidad te bofetea sin piedad, tuviste mala puntería. Habrá o que buscar a otro o reajustar los requisitos.

Pero la estadística está ahí para joder, qué si no. De entre todas esas personas a examinar, un día te encuentras con un buen compañero. Excelente, incluso. Pero no sabes algo. Su cara oculta tarda en salir. Sospechas. Te impacientas o te apresuras. Si en este paso aun no salió huyendo, descubres que su cara oculta no está tan mal. Que porque complementa bien, o se sobrelleva, sois… compatibles.

Que miedo, ya tienes un amigo.

 

Pero no tardas tan poco en saberlo. Tardas mucho más, tanto que ni te acuerdas cuando pasó de uno a otro. Una persona con la que navegar, con la que estar en vela aquellas largas noches portuguesas. Llenarte de júbilo saber que en la desdicha está escondida la ocasión de la grata confianza. Tampoco te creas Dios, no estáis solos. Hay todo un mundo infinito de ideas volando por ahí, y estáis indefensos.  Podríamos llamarlo…  prueba. Sí, me gusta.

Imagina ahora (o recuerda en caso de ser Jim Carrey) que pasan los años. ¡Qué locura! Todo el mundo sabe que eso no pasa. Que nooooo… claro que pasa, no hay que ofuscarse. El caso es que va cambiando tu situación: cambia tu desayuno, cambia tu gusto del rojo por el verde, cambia aquellos horrorosos piratas cagaos que llevabas por lino. Cambia tu número de teléfono, cambia tu código postal. Cambia tu fe en la humanidad, cambia tu optimismo en que le falta poco a los anuncios de los Simpsons, cambia tu flequillo, cambia la propia existencia de tu flequillo. Cambia tu vista, cambia tu modo de ver el mundo de gafas a lentillas. Cambia tu habilidad para sudar de todo, cambia tu habilidad de tener habilidad para sudar de todo, cambia tu lista de reproducción preferida. Cambia el color de tu piel, cambia las horas que eres capaz de mantenerte despierto, cambia innumerables veces la longitud de tus uñas. Cambian tus tics salvo cuando mientes.  Con suerte, tu reacción a todos estos cambios no te modifique dentro. No estoy seguro, nada nada seguro. Pero lo que si se es que cuando empezaste a conjuntar el color de tus calcetines después de años de coger los mismos, tu amigo empezó a dejarse patillas. Y barba, y curriculum, y vínculos, y carnets, y bebidas, y motivos de risa. Tanto igual que tú, como ser humano, cambiaron vuestras circunstancias.

No, no llores, es natural. Es más, es un momento definitivo. Es el momento de ver si de verdad erais tan compatibles, o necesitabas esas lentillas mucho antes. Solo tienes que imaginar una cosa. Imagina que pierdes completamente tu memoria y pasado. Solo conservas tus instintos a tu persona. Y ocurre lo mismo con tu amigo. Recién nacidos de nuevo,  os veis las caras. Si en este momento, vuelves a vivir el cuarto párrafo, tengo malas noticias. Pero si esa chispa, si esa química inexplicable. Si esa estructura sobrevivió lo suficiente y sigue encajando igual de bien para soportar maremotos y tormentas, entonces desconocido, tienes un amigo. Y lo mejor de todo, siempre lo tuviste y siempre lo tendrás. Os alejen más o menos vuestras circunstancias.

Tu búsqueda no podría haber salido mejor. Bueno, dicen cánticos de antiguos trovadores que un joven guiñado por la diosa Fortuna se encontró un billete de 50€ de camino a por el pan. Pero tales leyendas las dejamos fuera de nuestras manos, y os centramos en estas más posibles (aunque difíciles). En verdad no tenemos nada que perder, lo peor que pueda pasar es que tengas que mirar en la persona nº 99 de aquel día. Con un poquito de suerte hasta es guapo. ¡Y ruso! Fuerte, alto, rubio, y con un vale de descuento en las baguetes del polvillo con tus recién hallados 50€. Bendito tesoro.


 
"Pienso que acabo de perder la fe en este momento. Y al no tener fe, ya no creo en dios ni en el infierno. Si no creo en el infierno ya no tengo miedo. Y sin miedo soy capaz de cualquier cosa."


Creo que el desvelo de hoy me ha merecido la pena, hoy no me atraganté con la bola de chicle. Incluso supo bien. Espero que os sepa igual de bien, porque no les devolveré su dinero.

1 comentario:

Solución PCIT dijo...

Muy bonito tu blog , te felicito espero también pases por el mio chao éxitoso http://clickopinamos.blogspot.com

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