Esta es la historia de un hombre que estaba acostumbrado a ser feliz consigo mismo. No necesitaba de nadie, ni nadie le necesitaba a él. Se dedicaba a fluir por la vida, cogiendo lo que ésta le diese, sin complicarse por nada ni por nadie. Lo miraba todo desde la distancia, y se implicaba puntual y superficialmente cuando le convenía. Era imposible que nada le hiciese daño, porque no daba pie a esa posibilidad.
Había oído hablar del amor, y le habían dicho alguna vez que nunca te quieren como tú quieres, y que jamás quieres como te quieren. Había oído hablar del amor, pero todo lo que él conocía era un desfile descontrolado y vacío de faldas y de besos de alquiler. De hedónica fugacidad. Había oído hablar del amor, pero no creía en él, y se reía de las complicaciones a las que llevaba a sus amigos. No, definitivamente no creía.
No creía. Hasta que llegó ella. Apareció de golpe, y sin hacer ruido. Se fue infiltrando en silencio en su mente y, cuando se quiso dar cuenta, ya se había propagado por cada rincón, por cada arteria. Había conseguido que la propulsase cada latido, la muy condenada.
Te juro que era una puta droga. Se hizo adicto a la cuenta atrás, a la continua espera, a las horas muertas, las noches en vela con ella de única compañía. No necesitaba más. Era su refugio.
Dios, no podía estar sin su dosis de sincronías, de pensamientos conectados, confidencias, sinsentidos. De esa media sonrisa de niña, esos ojos interrogantes, esa falsa seguridad. Esa forma tan descarada de pedir caricias. El placer de la aleatoriedad. Era lo último de cada noche y lo primero de cada día.
Se enganchó a sorpresas esperadas, guerras entre sábanas, los escalofríos que le subían a ella por la espalda. Su boca buscaba su piel. Sus manos pedían sus caderas. Su cuerpo era un imán. Sus dientes le atrapaban los labios. Sus susurros le retumbaban por todo el cuerpo. Sus ojos se clavaban en ella, sin poder escapar.
Se empeñaban en demostrarse que pensaban en el otro. Tenía celos de su almohada, que pasaba cada noche con ella. Pasaba las horas imaginándose hacer cualquier gilipollez con ella. Joder, no tenía ni cojones de imaginarse sin ella.
Le gustaba hasta el salado de sus sudores, y de sus lágrimas. Esas lágrimas que a ella le irritaban la piel. La naturaleza, en su sabiduría, la había diseñado para rechazar la tristeza.
Todo estaba bien, todo era felicidad si ambos reían. No existía la soledad cuando, después de tan crueles esperas, la abrazaba. Se llevaba el miedo con cada gemido. Era la protagonista de sus sueños, y la antagonista de su dolor. Se sentían dioses, por encima de todo, la desgracia sólo podía ser ajena, y no tenía sentido.
Comprendió que antes era feliz sí, pero ahora estaba completo.
Pero como suele pasar, después del éxtasis vino la resaca. La realidad atacó con todo lo que tenía: confusión, desgana, y dolor. Irracionalidad. Peleas que no sabían explicar con más argumentos que el quererse. Distancia hija de puta, que acabaría ganando. Maldito orgullo, que no les dejó en paz. Condenada punzada en el pecho, que no desaparece.
Todo contrato tiene letra pequeña, y dejarnos llevar significa asumir riesgos. Asumir que el amor puede ser salvación y suicidio. Gloria y pena. Que sumergirse hasta las profundidades en busca de maravillas te puede dejar sin aire.
Con el tiempo ella se fue sin irse. Estaba sin estar, y él cometió el error de no aceptarlo, patalear, luchar contra algo contra lo que no podía hacer nada. Era ya un yonki de lo que ella le había dado, y solo pensaba en conseguir más de la forma que fuese.
Quizás debería haber aceptado antes que no puedes forzar a nadie a quererte. Pero tengo la sensación de que volvería a repetir el mismo error si tuviese la oportunidad. Decidí desde el principio dejarme llevar por mis entrañas, y hasta el final lo mantuve, para bien o para mal. Y sí, dejo de hablar en tercera persona, porque era obvio desde la primera frase que hablo de mí.
Ahora solo queda paz. La paz del que pierde, o del que gana. Y contigo he ganado y perdido tantas veces que perdí la cuenta a las primeras de cambio.
Es verdad eso que dicen de que no hay nada mejor que amar y ser correspondido, y también aquello de que nadie se muere por amor, pero creo que la vida no puede ser plena sin éste.
Las etapas se cierran, o las cerramos, y nos queda un mundo por vivir y por sentir. Solo queda brindar por lo que ha sido, y por lo que está por venir. Que nos quiten lo bailao.
No creía. Hasta que llegó ella. Apareció de golpe, y sin hacer ruido. Se fue infiltrando en silencio en su mente y, cuando se quiso dar cuenta, ya se había propagado por cada rincón, por cada arteria. Había conseguido que la propulsase cada latido, la muy condenada.
Te juro que era una puta droga. Se hizo adicto a la cuenta atrás, a la continua espera, a las horas muertas, las noches en vela con ella de única compañía. No necesitaba más. Era su refugio.
Dios, no podía estar sin su dosis de sincronías, de pensamientos conectados, confidencias, sinsentidos. De esa media sonrisa de niña, esos ojos interrogantes, esa falsa seguridad. Esa forma tan descarada de pedir caricias. El placer de la aleatoriedad. Era lo último de cada noche y lo primero de cada día.
Se enganchó a sorpresas esperadas, guerras entre sábanas, los escalofríos que le subían a ella por la espalda. Su boca buscaba su piel. Sus manos pedían sus caderas. Su cuerpo era un imán. Sus dientes le atrapaban los labios. Sus susurros le retumbaban por todo el cuerpo. Sus ojos se clavaban en ella, sin poder escapar.
Se empeñaban en demostrarse que pensaban en el otro. Tenía celos de su almohada, que pasaba cada noche con ella. Pasaba las horas imaginándose hacer cualquier gilipollez con ella. Joder, no tenía ni cojones de imaginarse sin ella.
Le gustaba hasta el salado de sus sudores, y de sus lágrimas. Esas lágrimas que a ella le irritaban la piel. La naturaleza, en su sabiduría, la había diseñado para rechazar la tristeza.
Todo estaba bien, todo era felicidad si ambos reían. No existía la soledad cuando, después de tan crueles esperas, la abrazaba. Se llevaba el miedo con cada gemido. Era la protagonista de sus sueños, y la antagonista de su dolor. Se sentían dioses, por encima de todo, la desgracia sólo podía ser ajena, y no tenía sentido.
Comprendió que antes era feliz sí, pero ahora estaba completo.
Pero como suele pasar, después del éxtasis vino la resaca. La realidad atacó con todo lo que tenía: confusión, desgana, y dolor. Irracionalidad. Peleas que no sabían explicar con más argumentos que el quererse. Distancia hija de puta, que acabaría ganando. Maldito orgullo, que no les dejó en paz. Condenada punzada en el pecho, que no desaparece.
Todo contrato tiene letra pequeña, y dejarnos llevar significa asumir riesgos. Asumir que el amor puede ser salvación y suicidio. Gloria y pena. Que sumergirse hasta las profundidades en busca de maravillas te puede dejar sin aire.
Con el tiempo ella se fue sin irse. Estaba sin estar, y él cometió el error de no aceptarlo, patalear, luchar contra algo contra lo que no podía hacer nada. Era ya un yonki de lo que ella le había dado, y solo pensaba en conseguir más de la forma que fuese.
Quizás debería haber aceptado antes que no puedes forzar a nadie a quererte. Pero tengo la sensación de que volvería a repetir el mismo error si tuviese la oportunidad. Decidí desde el principio dejarme llevar por mis entrañas, y hasta el final lo mantuve, para bien o para mal. Y sí, dejo de hablar en tercera persona, porque era obvio desde la primera frase que hablo de mí.
Ahora solo queda paz. La paz del que pierde, o del que gana. Y contigo he ganado y perdido tantas veces que perdí la cuenta a las primeras de cambio.
Es verdad eso que dicen de que no hay nada mejor que amar y ser correspondido, y también aquello de que nadie se muere por amor, pero creo que la vida no puede ser plena sin éste.
Las etapas se cierran, o las cerramos, y nos queda un mundo por vivir y por sentir. Solo queda brindar por lo que ha sido, y por lo que está por venir. Que nos quiten lo bailao.
4 comentarios:
Que curioso es ver la evolución de lo que escribes con los años. Tanto tiempo hablando con tristeza, y esta última entrada denota, además de tu gran prosa, una enorme tendencia a la felicidad. Que bonito es el amor cuando se tiene, y cuan amarga es la vida estando solo.
Trés belle, mon ami.
Me alegra que al fin hayas podido experimentar la locura del amor. Es una pena que al final todo lo que sube tiene que bajar y cuanto más feliz te hace esa persona más dura es la caída. Supongo que la mayoria de las veces podemos elegir dejar crecer el sentimiento libremente o ir con prudencia. Yo siempre elijo dejarlo fluir libremente porque soy adicta al sentimiento. Luego la caída es brutal pero me fascinan los efectos del amor y siempre creo que mereció la pena. Creo que el amor te ayuda a descubrir facetas y sentimientos que no conocías. Tras leer tu entrada me pregunto qué elegirías tú después de tu experiencia. Seguirás fluyendo? le pondrás menos barreras al amor?. Yo percibo cierto cambio en tu manera de pensar. Sólo era curiosidad. Un saludo!.
Si pusiera barreras no sería yo, la vida es muy corta como para centrarse en lo negativo, y creo que en este tiempo he crecido como persona, he aprendido de los tiempos difíciles y he sido muy feliz. Salgo muy fortalecido y contento de lo que he vivido.
Joder, ¡cuanta evolución junta! Me gusta.
Me apena verte así, pero lo has dicho bien. Eras feliz, lo cual es suficiente (y necesario). Te volviste completo, lo cual es mejor. Somos demasiados en este mundo como para no encontrar otro complementario. Tiempo al tiempo.
Te vendría bien una tarde de filosofeo cervecil, de estas que solucionan el mundo. Con rebujito no sale igual, sry (pero se baila mejor).
Un saludo^^
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